"He cuidado atentamente de no burlarme de las acciones humanas, no deplorarlas, ni detestarlas, sino entenderlas".
(Tractatus Politicus, 1676)
Sobre Spinoza:
"He cuidado atentamente de no burlarme de las acciones humanas, no deplorarlas, ni detestarlas, sino entenderlas".
(Tractatus Politicus, 1676)
Sobre Spinoza:
Hay muchos y buenos tratados sobre el tema de las emociones (1) y nos remitimos a ellos si el lector quiere profundizar en ellas, pero resulta ineludible mencionar una división básica y clásica: hay emociones positivas (y, por lo tanto, atractivas) y emociones negativas (y, por lo tanto, repulsivas). No se trata de una valoración moral: todas las emociones son importantes para nuestra supervivencia. Son señales que debemos interpretar y ponderar dentro de un contexto concreto pero que, en una situación de emergencia, actúan como de alerta o de advertencia o nos impulsan a una conducta determinada. Para Csikszentmihalyi la felicidad constituye el prototipo de las emociones positivas (2). Casi todo lo que hacemos lo hacemos para alcanzar lo que entendemos como felicidad: “Hasta mediados de siglo los psicólogos eran reticentes a estudiar la felicidad porque el paradigma conductista, que era el que predominaba en las ciencias sociales, sostenía que las emociones subjetivas eran demasiado endebles para ser objetos apropiados de investigación científica……..pero en las últimas décadas se ha podido reconocer de nuevo la importancia de las experiencias subjetivas y se sigue con renovado vigor el estudio de la felicidad” (3), o de las emociones positivas y el bienestar psicológico.
Dichos estudios han demostrado lo que algunos ya sabían:
a pesar de los discursos alarmistas y pesimistas de muchos intelectuales y de
algunas instituciones expertas en recalcar la percepción de la vida como un “valle de lágrimas”, la mayoría
de la gente se siente feliz (4). No se
trata tanto de obviar las aportaciones de los intelectuales que han
reflexionado sobre la capacidad que tenemos los individuos y las sociedades
para el autoengaño, sino de dar cierta prevalencia y confianza a las opiniones intimas de la gente, al menos
–tal y como hace Csikszentmihalyi-, cuando éstas se brindan voluntaria y
altruistamente a compartir experiencias y vivencias cara a su estudio y su
investigación. En una línea similar las investigaciones recientes confirman que
la relación entre el bienestar económico y la felicidad -o la satisfacción
ante la vida- es más pequeña de lo que la fantasía popular acostumbra a
considerar: “más allá del umbral de la
pobreza, tener recursos adicionales no
aumenta apreciablemente la probabilidad de ser felices” (5).
Tampoco se puede olvidar en el particular constructo de la felicidad que los datos de-muestran que determinadas cualidades personales parecen estar relacionadas con la cantidad de “felicidad” (bienestar) que los individuos parecen experimentar (6): parece evidente que una persona sana, extrovertida, razonablemente segura de sí misma, con un matrimonio estable y creyente es más probable que reconozca ser feliz que no otra que esté llena de achaques, sea introvertida, esté divorciada, sea atea etc. Pero estas obviedades, que condicionan en cierta medida la realidad, no ya solo en función de cualidades, sino por el hecho de estar dentro del paradigma social vigente, deben ser tomadas con cierta cautela y es el mismo Csikszentmihalyi quien señala la necesidad de ser prudentes debido a que se tiene constancia clara de la reticencia por parte de muchos para admitir que son infelices: “por mucho que una vida pueda estar vacía, la mayoría de las personas serán reticentes a admitir que son infelices. Además, esta emoción es más una característica personal que algo debido a la si-tuación. En otras palabras, con el tiempo algunas personas llegan a percibirse como personas felices con independencia de las condiciones externas, mientras que otras llegan a acostumbrarse a sentirse relativamente menos felices, más allá de lo que les suceda” (7). En cualquier caso las diferentes emociones positivas ayudan a potenciar el conglomerado que ayuda a sentirse feliz y en este sentido no podemos considerar la felicidad como el único factor de calidad de vida: “Si no se desarrollan metas que den sentido a la propia existencia, si no utilizamos la mente a pleno rendimiento, entonces los buenos sentimientos llenan una fracción del potencial que poseemos” (8). Entroncar la satisfacción con el sentido vital y el ansía de mejora que implica el desarrollo del potencial que todos tenemos, aleja a la vida del sentimiento de trivialidad y lo otorga un especial valor.
Sobre esta base, Csikszentmihalyi considera que las emociones negativas (tristeza, miedo, ansiedad, aburrimiento etc.) producen entropía psíquica en la mente (la atención se dispersa en su intento de reconstruir cierto orden interno), mientras que la emociones positivas (felicidad, fuerza, actitud alerta etc.) generan estado de negentropia psíquica, en los que al no dispersarse la energía psíquica en nuestros rumiamientos internos, ésta fluye libremente hacia dónde decidamos. Es muy importante para este autor constatar la profunda interrelación que se da entre intención, meta y motivación ya que son muestras de la negentropia psíquica: Cuando tomamos la decisión de iniciar una tarea o actividad, lo hacemos porque tenemos una intención concreta o nos hemos puesto una determinada meta, y a partir de ahí, centramos nuestra atención en lo que nos hemos propuesto. En todo este proceso la energía psíquica se concentra y focaliza estableciendo toda una serie de prioridades y ayudando a crear de esta forma, orden en la conciencia. Esto hace que los procesos mentales no se deterioren tan rápidamente y que tengamos la sensación de que estamos construyendo algo. Incluso las más pequeñas metas introducen un matiz de orden interno que es muy valorado por la mayoría de la gente: “Bastantes pruebas demuestran que la mayoría de las personas se sienten mejor cuando lo que hacen es voluntario y peor cuando lo que hacen es obligatorio. La entropía psíquica es mayor, por el contrario, cuando las personas sienten que lo que hacen está motivado por no tener nada mejor que hacer. Así, tanto la motivación intrínseca (quererlo hacer) como la motivación extrínseca (tenerlo que hacer) son preferibles al estado en que uno actúa por defecto, sin tener ninguna clase de meta en la que centrar la atención” (9). La diferencia entre una intención o una meta es el plazo de actuación. En la primera centramos nuestra energía psíquica a corto plazo, mientras que en la segunda dilatamos el proceso en el tiempo y podemos hablar de medio o largo plazo. Lo que forja nuestra personalidad, lo que nos da una impronta determinada como personas, parece estar más vinculado con las metas que con las intenciones.
Las metas actúan como elementos sustentadores de un yo coherente y
determinan en buena medida la propia autoestima, teniendo siempre cuidado de
ponderar la viabilidad de las metas
elegidas: no por ponerse metas inalcanzables se obtiene mayor autoestima. Sin
duda ésta proviene más del éxito en pequeñas metas que de las expectativas
desmesuradas. Una postura sensata
implica un serio análisis de las raíces
de las propias motivaciones y escoger aquellas metas que intuyamos como las
mejores para nosotros, que sintamos
que realmente introducen orden en nuestra conciencia y que estén, en lo
posible, dentro del contexto sociocultural en el que hemos nacido y en el que
nos vamos a desenvolver.
Dentro
de todos estos procesos de reconocimiento, valoración y decisión es muy
importante para nuestro autor algo tan aparentemente sencillo como enfocar la atención: “sin focalización, la conciencia se halla en
un estado de caos. El estado normal de la mente es de desorden informativo, pensamientos aleatorios se expulsan entre
sí en lugar de alinearse en secuencias lógicas y causales. A menos que uno
aprenda a concentrarse y sea capaz de invertir ese esfuerzo, los pensamientos
se dispersarán sin alcanzar ninguna conclusión” (10). Parece
una verdad de Perogrullo pero, quizás por tanto oírla, se ha infravalorado
durante mucho tiempo su importancia;
solo recientemente se ha dado un giro y es ahora cuando parece que
muchos teóricos reivindican su decisivo valor y se tiene ya consciencia de que
exige un esfuerzo notable que hay que incentivar, especialmente si no va al
hilo de lo que las emociones o las motivaciones nos requieren: Si las tres
cosas coinciden hay muchísimo terreno ganado para acercarnos a ese territorio
deseado del sentirnos bien y felices, sino será mucho más dificultoso
acercarnos a la meta deseada. Pero para Csikszentmihalyi, no solo la atención,
también la inteligencia juega un papel decisivo en esas pautas que quiere
brindar hacia la felicidad, pero no la inteligencia entendida como la mera
capacidad para “pensar” sino como el
complejo producto de diferentes habilidades cognitivas: “La
inteligencia tiene que ver con una gran variedad de procesos mentales, por ejemplo, con qué facilidad puede uno
representar y manipular las cantidades en la mente o hasta qué punto se es sensible a la información contenida en
las palabras. Pero, como ha señalado Howard Gardner, es posible ampliar el
concepto de inteligencia para incluir la capacidad de diferenciar y utilizar
todo tipo de información, incluidas las sensaciones musculares, los sonidos,
los sentimientos y las formas visuales” (11). ¿Por
qué incide en este aspecto? Por algo muy sencillo y relacionado con lo dicho
anteriormente: difícil desarrollar los talentos innatos potenciales si no se
puede controlar la atención. Aprender a concentrarse se convierte, pues, en una
parte esencial de ese control de la energía psíquica que redundará
posteriormente en nuestra capacidad de vivir experiencias altamente
satisfactorias y en el inevitable y necesario proceso de reducir los niveles
de entropía de nuestra conciencia. ¡Se trataría de alcanzar ese peculiar y
extraño momento en el que corazón, voluntad y mente se sienten en armonía! Por
desgracia es más común todo lo contrario: los deseos van por un lado, las
intenciones por otro y los pensamientos desbarajustados por otro, alejándonos
de la percepción de autocontrol que tanto contribuye a que podamos dotar de
sentido a nuestras experiencias. Sin embargo –salvo en casos de neurosis muy
graves- siempre podemos encontrar situaciones o actividades en las que
percibimos que nuestra atención se focaliza, muestra motivación se siente
estimulada y nuestra mente se centra: el cultivo de una afición, la práctica
de un juego, un buen libro o una interacción con el ordenador –o cualquier otra
actividad por la que sintamos pasión- nos puede deparar momentos de absorta
concentración y de inmersión completa, que consiguen, incluso, relativizar nuestro sentido del tiempo y nos hacen sentir
plenos, centrados. Csikszentmihalyi considera que lo que tienen en común todos
esos momentos es que la con-ciencia está llena de experiencias y que éstas
están en perfecta armonía entre sí.
No se trata de “forzar” a que algo
predomine o atender a requerimientos que nos distraen, al contrario, parece que
todo encaja dentro de la misma línea de atención y se produce lo que al ha
decido denominar estados de fluidez.
Si
se decidió por esta terminología fue porque muchas de las personas que
colaboraron en sus estudios definieron la sensación de plenitud y
satisfacción que sentían en muchas de
estas situaciones como algo “fácil”,
sin esfuerzo, que fluía, incluso a pesar, de que muchas veces la actividad
mencionada sí requería un esfuerzo
previo o sostenido. Para Csikszentmihalyi, “el fluir tiende a suceder cuando una
persona tiene por delante una serie clara de metas que exigen respuestas
apropiadas. Es fácil entrar en este estado en juegos como el ajedrez, el
tenis o el póker, porque tienen objetivos
y normas de acción que posibilitan que el jugador actúe sin cuestionar lo
que tiene que hacer y cómo. Durante la duración de la partida, el jugador vive
en un universo independiente en el que todo es blanco o negro. La misma claridad de metas se produce cuando se
participa en un rito religioso, se toca una pieza de música, se teje una
alfombra, se crea un programa de ordenador, se escala una montaña, o se
practica la cirugía. Las actividades que inducen los estados de fluidez pueden
llamarse “actividades de flujo” “(12). Una de las grandes ventajas de este
tipo de actividades, en contraste con la vida cotidiana, es que los objetivos y
las reglas para conseguirlos quedan meridianamente claros y compatibles entre
sí. No hay terrenos ambiguos por lo que siempre queda muy claro si se está –o
no- actuando perfectamente cara a la consecución del objetivo. Se eliminan pues
los factores de incertidumbre que tanta energía consumen en situaciones
convencionales y, al no existir estos, las capacidades de una persona se
vuelcan radicalmente en el reto propuesto, contribuyendo con esta focalización
– y si se cumplen algunos requisitos más- a que se produzca el ansiado estado
de fluidez. Claro que nada se consigue si no se da el adecuado equilibrio de factores: cuando los
desafíos son demasiado altos (decido correr un maratón sin haber corrido nunca
antes o me planteo estudiar una carrera universitaria sin tener formación previa etc.)
nos sentiremos muy rápidamente frustrados cuando no preocupados y ansiosos. Por
el contrario si los desafíos son demasiado bajos en relación al nivel que
tengamos, entraremos muy pronto en pautas de aburrimiento, desinterés y apatía.
Se trata, fundamentalmente, de atinar en ese punto en el que el nivel del
desafío que aceptemos implique –incluso con mucho esfuerzo- un reto de
superación pero un reto que percibamos como viable y que, además, potencie y
desarrolle nuestras capacidades. En esa particular mezcla de motivación,
intencionalidad, focalización y esfuerzo es mucho más fácil que se produzca un
estado de fluidez que no en las experiencias ordinarias. Como bien dice Csikszentmihalyi,
”cuando las metas son claras, la retroalimentación
relevante y los desafíos y capacidades se hallan en equilibrio, se ordena y se
invierte plenamente la atención. Una
persona que fluye está plenamente centra-da debido a la demanda total de
energía psíquica. En la conciencia no queda espacio para pensamientos que
distraigan ni para sentimientos irrelevantes” (13). En un
estado así, parece que uno pierde la conciencia de sí y también del tiempo
pero realmente lo que se está produciendo es un sano desarrollo del yo y un
funcionamiento pleno del cuerpo y de la mente. Es en el desarrollo de estos
estados de flujo en donde nos especialmente bien, en donde se produce la
sensación de una vida plena y la percepción de que esta tiene verdadera
justificación en sí misma; “es esta total
implicación en el flujo, más que la felicidad, lo que hace que una vida sea
plena. Cuando fluimos no es que seamos felices, porque para experimentar la
felicidad debemos centrarnos en nuestros estados internos, y esto distraería la
atención de la tarea que tenemos entre manos……sólo después de haber completado
la tarea tenemos tiempo para mirar hacia atrás, considerar lo que sucedió, y es
entonces cuando nos vemos inundados de gratitud por la plenitud de esa
experiencia; es entonces cuando podemos afirmar que somos retrospectivamente
felices. Pero no se puede ser feliz sin
las experiencias de flujo” (14).
Experimentar esos estados de flujo conduce inevitablemente a una mayor
complejidad y a un crecimiento constante de la conciencia y esa sensación, el
disfrute que experimentamos al sentirnos en pleno desarrollo de nuestras
potencialidades, es un tipo de felicidad bastante más perdurable en el tiempo
(y en nuestra memoria), a la vez que es mucho más dependiente de nosotros mismos
que de la idoneidad de las circunstancias externas o de lo que nos quiera
sugerir los cantos de sirena de los anuncios publicitarios.
Conclusiones.
Probablemente,
la conclusión principal que podemos extraer de la lectura –de todo punto
recomendable- de los trabajos de M. Csikszentmihalyi, es que la anhelada felicidad no está en el limbo de la
imaginación ni en el consumo constante ni de cosas ni de experiencias) que
muchas veces se nos propone como paliativo a una vida sosa, ni siquiera está en
la acumulación de experiencias gratificantes (aunque estas no sean en absoluto
desdeñables. Esforzarse por encontrar en situaciones concretas el punto de fluidez puede ser el camino más
adecuado –sino, al menos, el contrapeso- para que podamos considerar nuestra
vida como satisfactoria y con sentido.
Se trata más de un proceso, de un estado, que
de una meta y para conseguirlo hay que poner los pies en la tierra, la
cabeza en el cielo (el que cada uno elija), y el corazón en el es-fuerzo.
Centrar la conciencia y potenciar esos estados son el primer paso para nuestra
felicidad. Las pinceladas propuestas aquí, creo que invitan a una profundización
en las tesis de Csikszentmihalyi, (que es lo que se pretendía al escribir estas
líneas).
Notas
-1. El filósofo José Antonio Marina ha desarrollado en
diversos libros un excelente análisis del mundo emocional, accesible al lector medio. Resultan totalmente recomendables:
Diccionario de los sentimos (con
Marisa López Penas de coautora) (Barcelona 2011); El laberinto sentimental (Barcelona 2009) y Las arquitecturas del deseo (Barcelona 2007). Desde un punto de
vista psicológico la bibliografía es –literalmente- inmensa. Consideramos que
optar por una perspectiva o escuela puede ser prioritario en un primer momento
y que a partir de ahí la experiencia y criterio personal determinarán la búsqueda personal.
-2. Robert Plutchik ofrece matices y gradaciones muy a tener en cuenta a este respecto, complementarias -en muchos sentidos, pero desde un enfoque diferente- a las tesis de Csikszentmihalyi.
http://soberanamente.com/la-rueda-de-las-emociones-de-r-plutchik/
http://es.wikipedia.org/wiki/Robert_Plutchik
-3.
Csikszentmihalyi, M., Aprender a fluir,
2010, p.29.
-4.
Imposible desatender reflexiones como las de Marx, Sartre, o Foucault. La alienación
existe (buscada o no) y la apariencia de felicidad puede ser perfectamente un
autoengaño, innegable que mucha gente vive en una especie de Mundo Feliz o en
una sociedad cuasi-hipnotizada como en Fahrenheit 451; Sartre denunció la
“falsa conciencia” y Foucault insistió junto con otros muchos posmodernos (y
neo-marxistas) en el hecho de que lo que la gente cuenta no tiene a veces mucho
que ver con lo que realmente sucede, sino que se trata, más bien de un estilo narrativo. Datos sociológicos demuestran que a la hora de realizar estudios cuantitativos de percepción de la situación
social por parte de los ciudadanos, resulta evidente que hay un sesgo notable
en las respuestas porque pocas personas quieren admitir ante un entrevistador
desconocido que no se sienten o no son felices. Resulta muy difícil ponderar
adecuadamente ese tipo de datos. Estos serian casi tan relativos como cuando se
pide la apreciación sobre otras cuestiones sociales o económicas en donde,
realmente, el discurso imperante en los medios acaba por sesgar la opinión
popular.
En
cualquier caso, y teniendo en cuenta todas estas conceptualizaciones, Csikszentmihalyi
opta por da preferencia a la experiencia directa de la multitud.
-5.
Csikszentmihalyi, M., Aprender a fluir,
2010, p.31. Esa relación ya fue
estudiada a fondo por los psicólogos trans-personales. A. Maslow, dejó clara en
su famosa “pirámide” de necesidades cómo, después de solventar las más
primarias, el ser humano tiende a un cierto refinamiento en las necesidades
superiores o más complejas, que se puede colmar de muy diferentes formas. El
ansia incontrolada y permanentemente in-satisfecha de una necesidad en concreto
es lo que constituye la base de muchas neurosis.
-6.
En este sentido, y a pesar de lo que dice nuestro autor, creo que los datos no son concluyentes por la
extraordinaria dificultad que existe en valorar la adecuada interrelación de
todas las variables.
-7.
Csikszentmihalyi, M., Aprender a fluir,
2010, p.32.
-8.
Csikszentmihalyi, M., Aprender a fluir,
2010, p.33
-9.
Csikszentmihalyi, M., Aprender a fluir,
2010, p.34
-10.
Csikszentmihalyi, M., Aprender a fluir,
2010, p.38
-11.
Csikszentmihalyi, M., Aprender a fluir,
2010, p.39
-12.
Csikszentmihalyi, M., Aprender a fluir,
2010, p.42
-13.
Csikszentmihalyi, M., Aprender a fluir,
2010, p.43.
-14.
Csikszentmihalyi, M., Aprender a fluir,
2010, p.45.
El pasado día 12 de noviembre, Su Majestad la Reina Letizia recibió en el Palacio de la Zarzuela a la Junta Directiva del Teléfono de la Esperanza.
La audiencia había sido solicitada por los responsables de la esta Asociación que el próximo año 2021 cumplirá 50 años.
El Presidente del Teléfono de la Esperanza, D. Miguel Ángel Terrero, y su Junta Directiva han tenido la oportunidad de informar a su Majestad de las actividades que, desde hace ya cinco décadas, viene desarrollando en la atención a personas en crisis, en la promoción de la salud emocional y en la formación del voluntariado. Le hicieron igualmente partícipe de los actos que con motivo el 50 Aniversario se celebrarán, a lo largo de todo el año, en las 29 sedes con las que el TE cuenta en España y que tendrán su broche de oro en el acto solemne a celebrar el próximo 13 de noviembre de 2021 en el Centro Maldonado (Madrid). Acto que le invitaron a presidir a Su Majestad que ya ha honrado al Teléfono de la Esperanza aceptando la Presidencia de Honor del 50 Aniversario.
El Teléfono de la Esperanza quiere expresar su más profunda gratitud a Su Majestad la Reina Leticia por la calidez de su acogida, por el sincero interés con que recibió la información acerca de nuestros principios, valores y actividades y por la reconfortante empatía que mostró hacia las iniciativas y proyectos con que nuestra Institución, ya cincuentenaria, se quiere comprometer en el futuro. Y quiere dejar constancia de que sus palabras de aliento constituirán para todos los voluntarios y voluntarias de la Asociación un poderoso estímulo que reforzará su compromiso con los valores y principios que venimos abrazando desde nuestra fundación.
Fotos propiedad de la Casa Real: © Casa de S.M. el Rey.
La prensa nacional se ha hecho eco del evento:
https://www.youtube.com/watch?v=PcJ4mjozdgo
https://www.dailymotion.com/video/x7xfwy5
Algunas ideas para acercarnos a la felicidad
Csikszentmihalyi
parte en sus planteamientos de una tesis aparentemente “dura”: si no nos
responsabilizamos de su dirección, nuestra vida será controlada desde el exterior
para servir al propósito de cualquier agente externo que tenga interés en manipularnos.
Esta idea, que a priori nos puede parecer obvia y fácilmente asumible, plantea, en la práctica, muchas más dificultades para asumirla de lo que la mayoría de nosotros quisiéramos admitir. ¡Son tantas las influencias que recibimos y tantos los mensajes con los que se nos empapa día a día que resulta difícil saber en muchas ocasiones si actuamos con plena libertad o lo hacemos llevados de un particular e inconsciente piloto automático!.
Vivimos en unos tiempos tan complejos y
acelerados que muchas de las informaciones que recibimos actúan a niveles muy inconscientes y es mucho más habitual de lo que imaginamos que pensamos que somos dueños
absolutos de nuestra vida y que actuamos
con total libertad cuando, en realidad, estamos a merced de estímulos externos.
Con
todo, vivir es siempre para todos los seres humanos algo más que un simple
hecho biológico ya que, junto a todos los automatismos inconscientes, también
sentimos la urgente necesidad de controlar y auto dirigir nuestra vida e,
incluso, muchos aspiramos a dotarla de cierto sentido.
Desde
tiempos inmemoriales, nuestro cerebro experimentó la conciencia de la posibilidad y con ella
–necesariamente- el cuestionamiento constante: si había diferentes modos de
actuar, unos tenían que ser mejores que otros. Se volvió por lo tanto
imperativo decidir y elegir. De ahí a preguntarse cómo vivir, un simple
paso. Además, para complicar un poco más el proceso y darle variedad al
escenario, junto con la conciencia de posibilidad, surgió la conciencia de la
propia finitud. El tiempo era limitado; lo que se decidiese tenía una duración
concreta por lo que la elección adecuada debía suponer un plus de cualidad: ya
no se trataba sólo de cómo vivir, sino de cómo vivir mejor, más plenamente.
Esta
pregunta ha resonado durante siglos y siglos y las respuestas han sido de todo
tipo y condición, dependiendo de cuáles fueran los contextos o la perspectiva
e intereses de quien emitiese la pregunta.
Csikszentmihalyi, en su prudencia, está lejos de demonizar los planteamientos filosóficos o religiosos. Más bien considera que tanto los profetas, como los poetas o los filósofos han sido capaces de deducir verdades importantes y esenciales para nuestra supervivencia y sería bastante arrogante y necio por nuestra parte el no tenerlas en cuenta. Como también lo sería no reconocer la sabiduría implícita en muchos textos sagrados pero, desde su punto de vista, todas esas verdades se han expresado en el vocabulario conceptual de su época y su cultura y la nuestra –basada en otros parámetros muy diferentes- exige otra formulación y otro lenguaje que, en su mayoría, viene proporcionado por la ciencia (sin que pretenda por ello divinizarla) aun teniendo en cuenta que ésta está, a su vez, y por su propia esencia, en constante transformación. En cualquier caso, y sea cual sea el planteamiento de base o la manera en la que uno quiera enfocar su vida, Csikszentmihalyi parte de un criterio compartido por muchos: “en caso de duda, parece que la mejor estrategia consiste en asumir que esos aproximados setenta años de vida constituyen nuestra única oportunidad de experimentar el cosmos y que deberíamos aprovecharla al máximo……..Lo que esta vida signifique vendrá determinado en parte por los procesos químicos de nuestro cuerpo, por la interacción biológica entre los órganos, por las minúsculas corrientes eléctricas que saltan entre la sinapsis del cerebro y por la organización y las informaciones que la cultura impone a nuestra mente. Pero la calidad real de vida –lo que hacemos y cómo nos sentimos al respecto- será determinada por nuestros pensamientos y emociones, así como por las interpretaciones que hacemos de los procesos químicos, biológicos y sociales” (1)
A
partir de este planteamiento nuestro autor desarrolla toda una fenomenología
sistémica cara a intentar responder a esta pregunta: ¿Cómo puede cada uno crear una
vida plena? El indudable interés que despierta la contestación a esta
pregunta implicaría un adecuado repaso a sus tesis, pero aquí solo pretendemos mostrar una síntesis de su pensamiento, intentando indicar, al menos, algunos aspectos de sus trabajos que –confiamos-
contribuyan a despertar el interés por profundizar en sus planteamientos sobre
los estados de fluidez.
El
primer paso implicaría tener la atención
en alerta ya que hay que captar bien lo que realmente “podemos” experimentar: “Nos
guste o no, cada uno de nosotros ponemos límites a lo que podemos hacer y
sentir. Ignorar dichos límites conduce a negar la acción y, más adelante, al
fracaso. Para alcanzar la excelencia debemos
entender primero la realidad de cada día, con todas sus exigencias y
frustraciones potencia-es. En muchos
de los antiguos mitos quien quisiera lograr la felicidad, el amor o la vi-da eterna,
tenía que atravesar previamente las regiones del averno” (2).
Parece un punto de partida esencial aunque para muchos sea, probablemente, bastante árido. Lejos de los “pensamientos mágicos” y de las conceptualizaciones light de muchos libros de autoayuda, el universo NO se confabula para ayudarnos: Tenemos que poner los pies en la tierra e intentar descifrar los mecanismos particulares con los que funciona la realidad que nos ha tocado vivir. Podemos ponernos anteojeras y agarrarnos a ensoñaciones idealistas, eso –quizás- nos ayudará a evadirnos, pero no contribuirá en modo alguno a que seamos capaces de poner los cimientos para una buena vida.
Además parece evidente que, nos guste o no, si es innegable que hay algunos parámetros que son coincidentes en todos los seres humanos (al menos a grosso modo: los ciclos de descanso, producción, consumo e interacción), también lo es que hay otros cuya incidencia marca diferencias esenciales: “cómo vive una persona depende en gran parte del sexo al que pertenezca, la edad que tenga y la posición social que ocupe. La circunstancia del nacimiento sitúa a una persona en un lugar que determina en gran medida el tipo de experiencias que conformarán su vida” (3). No podemos ignorar este punto de partida aunque, evidentemente, eso no significa que haya un determinismo insalvable: independientemente de que fuésemos capaces de conocer los detalles de muchos esos parámetros externos de las circunstancias vitales de alguien, ello no nos permitiría nunca profetizar sobre cómo sería su vida. No sólo por la gran cantidad de factores incontrolables que están en movimiento por puro azar sino porque el propio individuo puede ejercer voluntariamente cambios en principio no previsibles y enfocar los retos que le plantee su existencia de forma diferente a lo esperado. Hay siempre en el ser humano un elemento de flexibilidad mental que lo aleja de ese determinismo instintivo del que no pueden huir los animales.
Para
Csikszentmihalyi “vivir significa experimentar
a través del hacer, del sentir y del pensar. La experiencia tiene lugar en el
tiempo, así que el tiempo es el recurso verdaderamente escaso que tenemos. A
lo largo de los años el contenido de las
experiencias determinará la calidad de vida y, por ello, una de las decisiones más esenciales que
podemos tomar tiene que ver con cómo invertimos o a que dedicamos el tiempo”
(4). Probablemente, una decisión difícil
pero prioritaria para enfocar nuestra vida hacia ese camino que todos anhelamos
y que muchos coinciden en llamar felicidad.
Ésta no cae del cielo: implica conciencia, decisión, voluntarismo y, en
muchas ocasiones, esfuerzo (diferente sería, claro, si hablamos sin más de
experiencias placenteras pero, ya ha quedado claro desde el principio, que el ser humano aspira a más). Evidentemente, como ya hemos visto
las limitaciones concretas impuestas por la vida de cada uno (por cuestión de raza, sexo, cultura, clase
social etc.) son innegables y restringen el marco de actuación, pero siempre
queda algo en nuestro ámbito personal que nos da cierto control y nos permite
incidir en cómo llenamos parte de nuestro tiempo.
Según
los datos analizados por Csikszentmihalyi, los porcentajes sobre en qué
actividades utilizamos el tiempo varían mucho de una sociedad a otra, sin
embargo, referidos a la occidental, se pueden determinar tres grandes bloques
que permiten mostrar una pauta bastante certera de cómo se utiliza el tiempo en
una cultura como la nuestra: Actividades productivas
(Trabajar, estudiar etc.) entre el 24/60%; actividades de mantenimiento (Tareas domésticas, comer, conducir, etc.) entre el
20/42%; y actividades de ocio
(Televisión, lectura, aficiones, deporte, vida social etc.) entre el 20/43%.
Las horquillas tan amplias de porcentajes se justifican porque éstos varían
mucho en función de la edad, el sexo, la clase social y las preferencias
personales, aún así ofrecen una imagen bastante aproximada de cómo utilizamos
el tiempo en Occidente y también sobre la manera en que invertimos nuestra
energía psíquica. “El tiempo libre que
queda al margen de las necesidades productivas y de mantenimiento es tiempo
libre, ocio, que constituye una
cuarta parte del tiempo total. Según muchos pensadores del pasado, los hombres
y las mujeres sólo podían realizar su potencial cuando no tenían nada que hacer.
Los filósofos griegos afirmaron que es
durante el ocio cuan-do nos hacemos verdaderamente humanos por poder dedicar
tiempo al desarrollo de uno mismo: al aprendizaje, a las artes y a la
actividad política” (5).
No
parece que el ideal de los filósofos griegos sea precisamente el que predomine
hoy en día en la utilización de nuestro
ocio. Muchas estadísticas confirman la pasividad en la que generalmente nos
movemos y sitúan el ver la televisión como una de las actividades principales
para un porcentaje altísimo de personas. Eso no quiere decir que no haya
individuos, por descontado, que incorporen en su cotidianeidad otras maneras de ocupar su tiempo de
ocio: el desarrollo de aficiones, la práctica de deportes y las actividades
lúdicas y culturales están –a dios gracias- también en el repertorio pero, por
lo que indican los datos ver televisión
se lleva la palma devocional: “Nada de lo
que hombres y mujeres han hecho hasta ahora durante los millones de años de evolución
ha sido tan pasivo y adictivo por la facilidad con la que atrae la atención y
la mantiene…….Los defensores de este medio afirman que la televisión
proporciona todo tipo de información interesante. Esto es verdad, pero también
es mucho más fácil producir programas excitantes que contribuir al desarrollo
personal del espectador; es muy improbable
que lo que ve la mayoría de la gente le ayude a desarrollar el yo” (6).
Si
asumimos –como parece razonable hacer- que nuestra vida se desarrolla dentro de
los tres parámetros que nuestro autor ha señalado (producción, mantenimiento,
ocio) y que toda nuestra energía psíquica se invierte –de una manera u otra- en
ellos, resulta imperativo que nos responsabilicemos sobre lo que escogemos
hacer y sobre cómo lo enfocamos porque de ello dependerá que eso que
denominamos la “vida” sea algo indeterminado, soso, o sin forma, o algo de lo que
estemos –al menos hasta cierto punto- orgullosos y satisfechos
Ahora
bien, lo que “hacemos” no es lo único que determina nuestra
existencia, Csikszentmihalyi señala con acierto que no podemos obviar lo que “somos” ni tampoco el cómo nuestra vida
está muy influenciada por otras personas, estén o no presentes en la misma. Con
todo, y siendo la sociabilidad del ser humano innegable, ésta varía mucho –tanto
en sus formas, como en su profundidad- de una cultura a otra. No sólo Csikszentmihalyi,
estudiosos como José Antonio Marina –y con él otros muchos intelectuales- han incidido
mucho en las obvias diferencias existentes entre una cultura u otra a este
respecto. El grado de vinculación, de
influencia e interdependencia personal, que se da entre los individuos de las
culturas asiáticas -por poner un ejemplo- versus los individuos de culturas
occidentales, es muy, muy diferente. Lo que psicoanalíticamente llamamos
super-ego es, en ellas, mucho más potente de lo que se observa en Occidente,
en dónde la cultura que hemos generado potencia extraordinariamente el
individualismo del yo. Esta diferente vivencia del compromiso interpersonal
influye, sin duda, en la manera en cómo nos relacionamos en los diferentes círculos
sociales que nos movemos (sucintamente: los otros,
los parientes y en nuestra propia soledad) y determina también muchos de
nuestros sentimientos y de nuestras acciones cara a tener una percepción satisfactoria de
nuestra vida, por lo que conviene ser consciente de ello y tenerlo en cuenta a
la hora de ir sumando piezas al particular puzle de nuestra calidad de vida.
Csikszentmihalyi
después de exponer cómo utilizan su
tiempo en general las personas, cuánto
tiempo pasan con los demás y cómo se
sienten sobre lo que hacen, se cuestiona –cómo buen científico- sobre cuáles son las pruebas en que se basan
las afirmaciones que avanza. La forma predominante de investigación se basa en
encuestas, sondeos e informes de empleo del tiempo. Él, concretamente,
desarrolló en la Universidad de Chicago, lo que se llamó el muestreo de
experiencias (MME), un amplio programa de investigación en el que se evalúa a
miles de personas sobre los estados de conciencia en determinados momentos de
su vida. Los interesados en estos aspectos técnicos podrán encontrar en sus
obras las referencias metodológicas precisas y concretas; si hemos sacado aquí a colación esta cuestión se debe,
fundamentalmente, por un especial interés de este blog en diferenciar las
conclusiones de éste estudioso de las de otros exitosos escritores que no
tienen más base que su supuesta buena intencionalidad y un cierto buenismo de corte mágico. Aquí, no hay ni
ángeles ni confabulaciones cósmicas. Solo deducciones de datos. Datos
contrastados y contrastables.
Hasta ahora nos hemos referido al marco –realista- de actuación en el que debemos desenvolvernos y relacionarnos, claro que muchos lectores dirán: Vale, lo dicho parece sensato, pero todos conocemos personas que disfrutan de su trabajo y eso está muy bien, pero la mayoría sólo lo toleran y a algunos incluso les supone una verdadera fuente de sufrimiento. ¿Y en el ocio no pasa algo parecido? Hay personas que disfrutan del tiempo libre e, incluso, de la inactividad y otras, sin embargo, que entran rápidamente en el angustioso síndrome del “domingo por la tarde”, según el cual parece que el ogro del aburrimiento devora no solo el tiempo sino a uno mismo. Evidentemente es mucho más importante y da pistas de mucho mayor calado el saber cómo vivimos por dentro lo que hacemos que lo que en sí hacemos. Aquí el factor cualitativo es esencial.
En este sentido las emociones, aun siendo -en cierto
grado- los elementos más subjetivos de la conciencia –sólo uno sabe con
exactitud, realmente, lo que está experimentando- se constituyen en unas pistas claves para valorar lo que nos
sucede: “una emoción es también el
contenido más objetivo de la mente, porque la visceralidad de nuestro sentimiento
cuando estamos enamorados, avergonzados, asustados o felices es generalmente
más real para nosotros que aquello que observamos en el mundo externo o
cualquier cosa que aprendamos de la ciencia o de la lógica.” (7).
-continuara-
Notas:
-1.
Csikszentmihalyi, M., Aprender a fluir,
2010, p.12-13.
-2.
Csikszentmihalyi, M., Aprender a fluir,
2010, p.13.
-3.
Csikszentmihalyi, M., Aprender a fluir,
2010, p.15.
-4.
Csikszentmihalyi, M., Aprender a fluir,
2010, p.17.
-5.
Csikszentmihalyi, M., Aprender a fluir,
2010, p.22.
-6.
Csikszentmihalyi, M., Aprender a fluir,
2010, p.23.
-7.Csikszentmihalyi, M., Aprender a fluir, 2010, p.27.
Desde que los ilustrados franceses y norteamericanos, presos de un idealismo extremo, reclamaron el “derecho a la búsqueda de la felicidad”, pocos han sido los individuos que se han resistido a apropiarse de tal deseo……sin saber siquiera – en muchas ocasiones- en que consistía exactamente esa anhelada felicidad. Ya solo el resplandor del término, FE-LI-CI-DAD, conseguía – y consigue- que todos aquellos que lo vislumbraban actuasen como si fueran urracas avariciosas deseosas de apropiarse en su totalidad de todo aquello que tuviese “brillo”. Antes y ahora, su fulgor nos hipnotiza. Anhelamos experimentar la felicidad, queremos saber qué significa eso de “ser feliz”, e intuimos una plenitud desbordante, hasta tal punto que –incluso- algunos se animan a luchar para obtenerla. Pero ¿perseguimos una vana ilusión que otros imaginaron? ¿Vamos tras la búsqueda de una particular quimera que cuando se alcanza se desvanece? Inaprehensible o no, parece evidente que el mito de la felicidad ha tenido un éxito desbordante y ha cuajado hasta límites insospechados en una civilización tan profundamente hedonista como es la nuestra. Si es innegable que antaño se buscaba, también lo es que había en esa búsqueda cierta mesura, vinculándola -casi siempre- más al resultado final de una “buena vida” que a un cúmulo ad infinitum de experiencias placenteras. Los filósofos que disertaban sobre ella (o sobre la eudaimonia) aconsejaban, en general, prudencia y pocos excesos; la Iglesia –madre de Occidente-, más cauta y consciente de su efímera fragilidad, la remitía a paraísos soñados o a futuras experiencias celestiales. Claro que en un momento dado todo se aceleró y cambió. Cuando la felicidad cayó en las vehementes y revolucionarias manos de los ilustrados y empezó a exigirse, algo se transmutó realmente en ella. La premura del “ahora”, la urgencia del “ya” y la ansiedad del “siempre”, propició tal alquimia que ya en estos tiempos resulta imposible distinguirla de cualquier otro anhelo de bienestar o de placer. Hoy, la felicidad está en boca de todos de una manera muy persistente; se nos bombardea constantemente con el inalienable derecho de ser feliz y se nos sugieren mil y una posibilidades de alcanzar la felicidad (o algo similar), casi todas previo pago. Sabemos que sufrir ya no es algo tolerable, pero la exigencia de felicidad es tal que algunos pensadores ya hablan sin tapujos de una “tiranía” de la misma (1).
No
cabe duda de que son muchas las causas que han contribuido a semejante
panorama –demasiadas para referirlas aquí-, pero es justo señalar el peso
contundente de ciertos libros “de
autoayuda” que, subidos al carro del mínimo esfuerzo y aconsejando propuestas
cercanas al pensamiento mágico o al narcisismo más ramplón y publicitario (del
tipo “porque tú lo vales”), hacen su particular agosto económico vendiendo varitas mágicas de
escasos resultados pero de agradable manejo. Lamentablemente es un triste –y deliberado- engaño, justificado en esas fuerzas
misteriosas que llamamos “mercado”.
Con todo –y por descontado- si hay
pensadores que ofrecen seriedad y análisis rigurosos (algunos tendremos oportunidad de verlos en este blog). Estos autores, aunque a veces presenten sus tesis en formato light (no es lo
mismo el lenguaje académico que el de la divulgación a todo tipo de público),
muestran alternativas razonables para alcanzar esa meta que anhelamos y que
–convencionalmente- llamamos “felicidad”. Csikszentmihalyi, es uno de ellos
(2).
M. Csikszentmihalyi y los
estados de fluidez.
Este profesor de psicología en la Universidad de Claremont fue jefe del departamento de psicología de la universidad de Chicago, y allí fue en donde empezó a desarrollar sus tesis sobre los estados de fluidez. Sin grandes complicaciones, aunque desde luego muy lejos de esos libros o estudios del tipo “sea usted perfecto en siete días”, Csikszentmihalyi nos anima a observar los problemas, ver las posibles respuestas a los mismos y actuar según decidamos, añadiendo pasión y esfuerzo a los que nos interese. Algo aparentemente sencillo y -a priori- alejado de la búsqueda ansiada de la “felicidad” pero que, finalmente, parece que se ha demostrado esencial para vivir de un modo más consciente y pleno. Una de las primeras cosas que descubrió en sus investigaciones sobre cómo y cuándo se sienten felices las personas, es que la felicidad no era algo que sucedía, sin más. No se trataba del resultado de la buena suerte o de que el azar nos tocase con buen tino. Para este autor la felicidad “no parece depender de los acontecimientos externos, sino más bien de cómo los interpretamos. De hecho, la felicidad es una condición vital que cada persona debe preparar, cultivar y defender individualmente. Las personas que saben controlar su experiencia interna, son capaces de determinar la calidad de sus vidas, eso es lo más cerca que podemos estar de ser felices” (3).
Podría
parecer quizás, acostumbrados como estamos a percibir según que sensaciones
placenteras como ajenas al esfuerzo,
que las palabras de nuestro autor suenan excesivamente a voluntarismo
forzado, ajeno a esa espontaneidad que consideramos tan propia de las experiencias
gozosas, pero, a medida que vamos atendiendo sus consideraciones y sus datos,
acabamos por llegar a las mismas conclusiones que él: “Contrariamente a lo que creemos normalmente,…los mejores momentos de
nuestra vida, no son momentos
pasivos, receptivos o relajados (aunque tales experiencias también puedan ser
placenteras si hemos trabajado duramente para conseguirlas). Los mejores momentos suelen suceder cuando
el cuerpo o la mente de una persona han llegado hasta su límite en una esfuerzo
voluntario para conseguir algo difícil y que valiera la pena. Una
experiencia óptima es algo que hacemos que
suceda” (4).
Esta
tesis sería el resumen cabal de todas sus investigaciones sobre la felicidad
humana: la pasividad –no necesariamente negativa- puede proporcionarnos
descanso, bienestar y también placer pero…..todo indica que esos momentos claves que finalmente recordamos como
los más felices de nuestra vida están poderosamente vinculados al el esfuerzo elegido y enfocado a conseguir algo que otorga a nuestra existencia un valor
intransferible y la dota de sentido. Vencer dificultades y superar retos,
lidiar con los inconvenientes y los problemas para alcanzar algo que estimamos,
plantearse desafíos nuevos, son experiencias que, en determinados contextos,
posibilitan un sentido de expansión y plenitud que nos hace sentir más vivos y satisfechos
que cualquier otra situación placentera que nos viniera dada por la fortuna o
el azar. Además, Csikszentmihalyi insiste en el hecho de que, curiosamente,
tales experiencias de esfuerzo elegido ni siquiera tienen que ser
necesariamente agradables cuando suceden: obtener el control de algo,
superarse, nunca es fácil, pero parece comprobado que, a la larga, las llamadas
experiencias óptimas, otorgan un
sentimiento de control, de maestría, que está muy cerca de lo que normalmente
llamamos felicidad. Para él, este estado que denomina flow (fluir), surge cuando las personas se encuentran inmersas de
tal manera en la actividad que les interesa que parece que nada más pueda
importarles. Sin duda, ”el concepto de
flujo (flow) ha sido útil para los psicólogos que estudian la felicidad, la
satisfacción vital y la motivación intrínseca; para los sociólogos que ven en
él lo opuesto a la anomia y a la alienación; para los antropólogos que están
interesados en el fenómeno de la efervescencia colectiva y los rituales” (5), pero también
puede serlo para todos aquellos que, aunque puedan estar lejos de interesarse
por consideraciones académicas, si estén suficientemente interesados en su
crecimiento personal y quieran reflexionar sobre cómo alcanzar mejores cotas de
calidad de vida.
-continuará-
Notas.
-1. Son muchos los intelectuales que han enfrentado con valentía a los convencionalismos sobre este tema. Gilles Lipovetsky, por poner un ejemplo, es un sociólogo que ha reflexionado en varios libros sobre la felicidad en los tiempos posmodernos y sobre las dificultades que existen para definirla y – sobre todo- vivenciarla cuando el turbo consumo vigente se impone tan abrumadoramente. Resultan de recomendable lectura, para lo que nos ocupa, sus libros La felicidad paradójica (2007), La sociedad de la decepción (2008) y La era del vacío (2008). Más crítico y contundente sea, probablemente, el análisis de Pascal Bruckner La euforia perpetua. Sobre el deber de ser feliz, (2002), pero es –sin duda- igualmente lúcido. Desde una perspectiva más light pero quizás más amable y por lo tanto más digerible para aquellos que quieren un acercamiento tipo “autoayuda”, Ken Robinson en sus publicaciones centradas en el reenfoque de la enseñanza y en cómo encontrar el “elemento”, efectúa una crítica –diluida, pero crítica- a los anhelos infundados o a los planteamientos de corte mágico en los que muchos se refugian algunos para encontrar una felicidad sin aristas y de consecución cómoda (como setas al sol).
-2. Csikszentmihalyi es autor de innumerables estudios sobre psicología positiva, aunque las obras que le hecho popular son Fluir/Flow (2010) y Aprender a fluir (2010). En ambos desarrolla, de manera accesible al público no especializado, sus tesis sobre los estados de conciencia que engloba como situaciones de fluidez. Recomendable el visionado de los siguientes videos (Links a 02-05-15):
https://www.youtube.com/watch?v=ShD2q2iXxG4
https://www.youtube.com/watch?v=BYpFp5GgBtI
En
una línea similar, pero incidiendo en otros
matices -aunque sin renunciar a una base apoyada por la contrastación
científica-, son dignos de tenerse en cuenta y una recomendable lectura
complementaria a Csikszentmihalyi, los siguientes libros: La ciencia de la felicidad de Sonja Lyubomirsky (2011); Aprenda optimismo, -un clásico- de
Martin Seligman (2012) y, en el ámbito patrio, está muy acertado el libro Optimismo inteligente de María Dolores
Avia y Carmelo Vázquez (2013).
https://www.youtube.com/watch?v=7Pl1KTaKnvE
https://www.youtube.com/watch?v=D5VHD-HvJQQ
https://www.youtube.com/watch?v=tc2tksNg5Ls
https://www.youtube.com/watch?v=RoOxyF1u1GM
-3. Csikszentmihalyi,
M., Fluir/Flow, 2010, p.13.
-4. Op. cit.,
p.15
-5.
Op. cit., p.18.
"El hombre no se ve distorsionado por los acontecimientos, sino por la visión que tiene de ellos"
Epicteto