Desde que los ilustrados franceses y norteamericanos, presos de un idealismo extremo, reclamaron el “derecho a la búsqueda de la felicidad”, pocos han sido los individuos que se han resistido a apropiarse de tal deseo……sin saber siquiera – en muchas ocasiones- en que consistía exactamente esa anhelada felicidad. Ya solo el resplandor del término, FE-LI-CI-DAD, conseguía – y consigue- que todos aquellos que lo vislumbraban actuasen como si fueran urracas avariciosas deseosas de apropiarse en su totalidad de todo aquello que tuviese “brillo”. Antes y ahora, su fulgor nos hipnotiza. Anhelamos experimentar la felicidad, queremos saber qué significa eso de “ser feliz”, e intuimos una plenitud desbordante, hasta tal punto que –incluso- algunos se animan a luchar para obtenerla. Pero ¿perseguimos una vana ilusión que otros imaginaron? ¿Vamos tras la búsqueda de una particular quimera que cuando se alcanza se desvanece? Inaprehensible o no, parece evidente que el mito de la felicidad ha tenido un éxito desbordante y ha cuajado hasta límites insospechados en una civilización tan profundamente hedonista como es la nuestra. Si es innegable que antaño se buscaba, también lo es que había en esa búsqueda cierta mesura, vinculándola -casi siempre- más al resultado final de una “buena vida” que a un cúmulo ad infinitum de experiencias placenteras. Los filósofos que disertaban sobre ella (o sobre la eudaimonia) aconsejaban, en general, prudencia y pocos excesos; la Iglesia –madre de Occidente-, más cauta y consciente de su efímera fragilidad, la remitía a paraísos soñados o a futuras experiencias celestiales. Claro que en un momento dado todo se aceleró y cambió. Cuando la felicidad cayó en las vehementes y revolucionarias manos de los ilustrados y empezó a exigirse, algo se transmutó realmente en ella. La premura del “ahora”, la urgencia del “ya” y la ansiedad del “siempre”, propició tal alquimia que ya en estos tiempos resulta imposible distinguirla de cualquier otro anhelo de bienestar o de placer. Hoy, la felicidad está en boca de todos de una manera muy persistente; se nos bombardea constantemente con el inalienable derecho de ser feliz y se nos sugieren mil y una posibilidades de alcanzar la felicidad (o algo similar), casi todas previo pago. Sabemos que sufrir ya no es algo tolerable, pero la exigencia de felicidad es tal que algunos pensadores ya hablan sin tapujos de una “tiranía” de la misma (1).
No
cabe duda de que son muchas las causas que han contribuido a semejante
panorama –demasiadas para referirlas aquí-, pero es justo señalar el peso
contundente de ciertos libros “de
autoayuda” que, subidos al carro del mínimo esfuerzo y aconsejando propuestas
cercanas al pensamiento mágico o al narcisismo más ramplón y publicitario (del
tipo “porque tú lo vales”), hacen su particular agosto económico vendiendo varitas mágicas de
escasos resultados pero de agradable manejo. Lamentablemente es un triste –y deliberado- engaño, justificado en esas fuerzas
misteriosas que llamamos “mercado”.
Con todo –y por descontado- si hay
pensadores que ofrecen seriedad y análisis rigurosos (algunos tendremos oportunidad de verlos en este blog). Estos autores, aunque a veces presenten sus tesis en formato light (no es lo
mismo el lenguaje académico que el de la divulgación a todo tipo de público),
muestran alternativas razonables para alcanzar esa meta que anhelamos y que
–convencionalmente- llamamos “felicidad”. Csikszentmihalyi, es uno de ellos
(2).
M. Csikszentmihalyi y los
estados de fluidez.
Este profesor de psicología en la Universidad de Claremont fue jefe del departamento de psicología de la universidad de Chicago, y allí fue en donde empezó a desarrollar sus tesis sobre los estados de fluidez. Sin grandes complicaciones, aunque desde luego muy lejos de esos libros o estudios del tipo “sea usted perfecto en siete días”, Csikszentmihalyi nos anima a observar los problemas, ver las posibles respuestas a los mismos y actuar según decidamos, añadiendo pasión y esfuerzo a los que nos interese. Algo aparentemente sencillo y -a priori- alejado de la búsqueda ansiada de la “felicidad” pero que, finalmente, parece que se ha demostrado esencial para vivir de un modo más consciente y pleno. Una de las primeras cosas que descubrió en sus investigaciones sobre cómo y cuándo se sienten felices las personas, es que la felicidad no era algo que sucedía, sin más. No se trataba del resultado de la buena suerte o de que el azar nos tocase con buen tino. Para este autor la felicidad “no parece depender de los acontecimientos externos, sino más bien de cómo los interpretamos. De hecho, la felicidad es una condición vital que cada persona debe preparar, cultivar y defender individualmente. Las personas que saben controlar su experiencia interna, son capaces de determinar la calidad de sus vidas, eso es lo más cerca que podemos estar de ser felices” (3).
Podría
parecer quizás, acostumbrados como estamos a percibir según que sensaciones
placenteras como ajenas al esfuerzo,
que las palabras de nuestro autor suenan excesivamente a voluntarismo
forzado, ajeno a esa espontaneidad que consideramos tan propia de las experiencias
gozosas, pero, a medida que vamos atendiendo sus consideraciones y sus datos,
acabamos por llegar a las mismas conclusiones que él: “Contrariamente a lo que creemos normalmente,…los mejores momentos de
nuestra vida, no son momentos
pasivos, receptivos o relajados (aunque tales experiencias también puedan ser
placenteras si hemos trabajado duramente para conseguirlas). Los mejores momentos suelen suceder cuando
el cuerpo o la mente de una persona han llegado hasta su límite en una esfuerzo
voluntario para conseguir algo difícil y que valiera la pena. Una
experiencia óptima es algo que hacemos que
suceda” (4).
Esta
tesis sería el resumen cabal de todas sus investigaciones sobre la felicidad
humana: la pasividad –no necesariamente negativa- puede proporcionarnos
descanso, bienestar y también placer pero…..todo indica que esos momentos claves que finalmente recordamos como
los más felices de nuestra vida están poderosamente vinculados al el esfuerzo elegido y enfocado a conseguir algo que otorga a nuestra existencia un valor
intransferible y la dota de sentido. Vencer dificultades y superar retos,
lidiar con los inconvenientes y los problemas para alcanzar algo que estimamos,
plantearse desafíos nuevos, son experiencias que, en determinados contextos,
posibilitan un sentido de expansión y plenitud que nos hace sentir más vivos y satisfechos
que cualquier otra situación placentera que nos viniera dada por la fortuna o
el azar. Además, Csikszentmihalyi insiste en el hecho de que, curiosamente,
tales experiencias de esfuerzo elegido ni siquiera tienen que ser
necesariamente agradables cuando suceden: obtener el control de algo,
superarse, nunca es fácil, pero parece comprobado que, a la larga, las llamadas
experiencias óptimas, otorgan un
sentimiento de control, de maestría, que está muy cerca de lo que normalmente
llamamos felicidad. Para él, este estado que denomina flow (fluir), surge cuando las personas se encuentran inmersas de
tal manera en la actividad que les interesa que parece que nada más pueda
importarles. Sin duda, ”el concepto de
flujo (flow) ha sido útil para los psicólogos que estudian la felicidad, la
satisfacción vital y la motivación intrínseca; para los sociólogos que ven en
él lo opuesto a la anomia y a la alienación; para los antropólogos que están
interesados en el fenómeno de la efervescencia colectiva y los rituales” (5), pero también
puede serlo para todos aquellos que, aunque puedan estar lejos de interesarse
por consideraciones académicas, si estén suficientemente interesados en su
crecimiento personal y quieran reflexionar sobre cómo alcanzar mejores cotas de
calidad de vida.
-continuará-
Notas.
-1. Son muchos los intelectuales que han enfrentado con valentía a los convencionalismos sobre este tema. Gilles Lipovetsky, por poner un ejemplo, es un sociólogo que ha reflexionado en varios libros sobre la felicidad en los tiempos posmodernos y sobre las dificultades que existen para definirla y – sobre todo- vivenciarla cuando el turbo consumo vigente se impone tan abrumadoramente. Resultan de recomendable lectura, para lo que nos ocupa, sus libros La felicidad paradójica (2007), La sociedad de la decepción (2008) y La era del vacío (2008). Más crítico y contundente sea, probablemente, el análisis de Pascal Bruckner La euforia perpetua. Sobre el deber de ser feliz, (2002), pero es –sin duda- igualmente lúcido. Desde una perspectiva más light pero quizás más amable y por lo tanto más digerible para aquellos que quieren un acercamiento tipo “autoayuda”, Ken Robinson en sus publicaciones centradas en el reenfoque de la enseñanza y en cómo encontrar el “elemento”, efectúa una crítica –diluida, pero crítica- a los anhelos infundados o a los planteamientos de corte mágico en los que muchos se refugian algunos para encontrar una felicidad sin aristas y de consecución cómoda (como setas al sol).
-2. Csikszentmihalyi es autor de innumerables estudios sobre psicología positiva, aunque las obras que le hecho popular son Fluir/Flow (2010) y Aprender a fluir (2010). En ambos desarrolla, de manera accesible al público no especializado, sus tesis sobre los estados de conciencia que engloba como situaciones de fluidez. Recomendable el visionado de los siguientes videos (Links a 02-05-15):
https://www.youtube.com/watch?v=ShD2q2iXxG4
https://www.youtube.com/watch?v=BYpFp5GgBtI
En
una línea similar, pero incidiendo en otros
matices -aunque sin renunciar a una base apoyada por la contrastación
científica-, son dignos de tenerse en cuenta y una recomendable lectura
complementaria a Csikszentmihalyi, los siguientes libros: La ciencia de la felicidad de Sonja Lyubomirsky (2011); Aprenda optimismo, -un clásico- de
Martin Seligman (2012) y, en el ámbito patrio, está muy acertado el libro Optimismo inteligente de María Dolores
Avia y Carmelo Vázquez (2013).
https://www.youtube.com/watch?v=7Pl1KTaKnvE
https://www.youtube.com/watch?v=D5VHD-HvJQQ
https://www.youtube.com/watch?v=tc2tksNg5Ls
https://www.youtube.com/watch?v=RoOxyF1u1GM
-3. Csikszentmihalyi,
M., Fluir/Flow, 2010, p.13.
-4. Op. cit.,
p.15
-5.
Op. cit., p.18.
No hay comentarios:
Publicar un comentario